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De pie: Jorge Souza - Sentados de Izq. a der. Rodolfo Alonso, Néstor Bondoni, Paco Urondo, Osmar Bondoni, Edgar Bayley, Raúl Gustavo Aguirre |
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Francisco Madariaga, Edgar Bayley, Rodolfo Alonso |
Cuando la editorial Grijalbo Mondadori decidió
publicar las Obras de Edgar Bayley (Buenos Aires,
1999, 860 pgs.), decidió también encomendar su prólogo a un amigo, el poeta
Rodolfo Alonso. He aquí su texto:
UNA
DIFÍCIL ESPERANZA
por Rodolfo Alonso
A la memoria
de Edgar Bayley,
que llegó a ser ejemplar
sin proponérselo
¡Viva la
inteligencia! ¡Muera la muerte! Esta significativa inversión de
aquel siniestro apotegma ("¡Muera la inteligencia! ¡Viva la
muerte!") con que el no menos siniestro general Millán Astray, allá a
comienzos de la sublevación franquista contra la legítima República española,
llegó a provocar en Salamanca la justificada y saludable reacción de todo un
Unamuno, que me hallé silabeando un día casi por azar, llegó a parecerme luego,
además, y sin perder por supuesto aquellas otras resonancias, casi la más
cercana definición, el más claro linaje de esa vida y esa obra que podemos
seguir llamando Edgar Bayley (1919-1990).
Porque si
algo lo caracterizó, como intelectual y como artista, fue el ejercicio de una
meridiana capacidad de raciocinio, de una luminosa claridad de pensamiento que,
casi desde un comienzo, y de una forma quizás orgánica, constitucional, innata,
siempre estuvo vigilada en sus posibles desbordes, en el entrevisto, imaginado
o temido riesgo de sus posibles carencias y excesos, por un hondo y fundamental
apego con la vida, por una fecunda riqueza existencial.
Claro que
a ello deberíamos añadir, si es que quisiéramos ir precisando su retrato para
quienes no lo conocieron en persona, una no menos orgánica aversión por la
solemnidad y la grandilocuencia, por la autosuficiencia y la falta de sentido
del humor, que lo llevaron a manifestarse siempre y no pocas veces hasta con
exceso, pero con dignidad indeclinable, pagando su precio, como ajeno a toda
componenda, a toda manipulación, a todo conciliábulo. Por eso, ahora, cuando la
muerte, como suele ocurrir, va dejando a las obras cada vez más distantes de la
existencia concreta del autor, va colocando a los textos directamente en primer
plano, alejándolos cada vez más de las anécdotas que pudieron darles sustento o
cauce, espero que se presente para nuestra cultura una inmejorable oportunidad
de acceder, sin prejuicios ni malentendidos, a la luminosa y fecunda fuente de
rigor y candor que representa, en la historia de la literatura argentina, la
personalidad y la palabra de Edgar Bayley.
Cuando el
destino tuvo a bien colocarme, allá en mi primera adolescencia, a fines de
1951, en contacto con Poesía Buenos Aires, aquella legendaria revista
argentina de vanguardia que sin su fundador y principal mentor, Raúl Gustavo
Aguirre, nunca hubiera llegado a cubrir con sus treinta números trimestrales la
entera década de los años cincuenta, la presencia de Edgar Bayley se presentaba
ya en aquella constelación, en el grupo más o menos estable que se había ido
conformando, como un astro a la vez central pero con órbita propia. Si por un
lado se aceptaba abiertamente que la aparición, en 1944, del primer número de
la revista Arturo y, al año siguiente, 1945, la constitución de la
Asociación Arte Concreto-Invención, donde confluyeron los más despojados y
rigurosos exponentes de las artes visuales y del lirismo, los pintores
concretos y los poetas invencionistas, resultaban de algún modo las fuentes de
nuestra genealogía, también es verdad que, al mismo tiempo, la evolución
personal de Bayley y de la gran mayoría de los más asiduos participantes de Poesía
Buenos Aires, iba a irse alejando por propia maduración, por propia deriva
de su ser más legítimo, de cualquier ortodoxia, del más mínimo asomo de
dogmatismo.
Porque si los concretos y los invencionistas ponían el
acento con riguroso énfasis en la "no expresión, no representación,
ningún significado" pero también en la "alegría" y en
la "negación de toda melancolía" (como reza ya explícitamente
la primera página de Invención 2 (1945), en el mismísimo primer número
de Poesía Buenos Aires –cinco años después-- es el propio Bayley quien,
al concluir un pequeño suelto denominado precisamente "Invencionismo",
se preocupa por aclarar que esa designación se realiza "sin insistir
demasiado en ello y a título provisorio". Y al culminar su
"Realidad interna y función de la poesía" (ese texto que Poesía
Buenos Aires reimprimió como folleto el mismo año de su publicación en dos
números de la revista, 1952, y que luego iba a dar título y ocupar el lugar
inicial en su primer libro de ensayos, homónimo, de 1966), decía más que
claramente: "he querido poner el espíritu crítico al servicio de la
inocencia". Y muchos años después, al reunir nuevamente sus ensayos en
Estado de alerta y estado de inocencia, de 1989 --por otro lado, un
título suficientemente esclarecedor--, seguía afirmando: "No se gana la
poesía desertando de la inteligencia; no se gana la inteligencia desertando del
fervor, de la inocencia, de la poesía misma." Yo creo que, aún ahora, y mucho me temo que
cada vez más (al menos hasta que no dé un vuelco en alguna medida favorable la
situación que nos aflige), esos conceptos continúan teniendo espléndida
vigencia. Todavía esas palabras a la vez nos exigen y nos nutren, nos convocan
y nos cimentan, son nuestra esperanza y son, también, al mismo tiempo,
ineludiblemente, nuestro desafío.
Se trata de una actitud que él
iba a mantener a lo largo de toda su vida y que, de algún modo, como en todo
creador raigalmente auténtico, nos contagia las tensiones que fecundan su obra.
Tensiones que, en su caso, no eran por supuesto solamente intelectuales o
mentales sino que --estoy prácticamente seguro-- se desprenden de su propia,
peculiar, irrenunciable manera de ser y de encarar la vida. En las primeras
líneas del prólogo que escribió para su Antología personal (1983), dice
Bayley: "No voy a aducir, para descargar responsabilidades, que he
procurado adoptar un punto de vista poético, tanto para vivir como para manejar
las palabras, y que de ese intento o propósito se deriva el modo como he vivido
y he escrito." Pero es evidente que el sólo hecho de mencionar juntas
a la poesía y a la vida, como era habitual en él con todos los recaudos
personales del caso, y de mencionarlas en ese preciso lugar, les otorga una
destacada significación.
Para mí, que tuve la suerte de conocerlo desde muy joven,
resulta por eso y por lo menos inquietante esta oportunidad de presentarlo a
otros. A otros que, si bien son sus legítimos destinatarios, esos apasionados y
exigentes lectores con que él siempre imaginó estar dialogando, para quienes
siempre sintió estar escribiendo, aunque en su vida todavía no hubieran alcanzado
el número merecido, no tuvieron (como quienes frecuentamos su trato) la
oportunidad de ser influidos en la percepción de su obra por su peculiar
estilo, por su inocencia disfrazada de ironía, por su buen humor jamás exento
de inteligencia, por su saludable desasimiento en suma de toda impostación,
pero también por sus sorpresivas mudanzas de genio o de carácter, por su
despierta ironía, siempre aguda pero jamás agresiva, y mucho menos siniestra.
A ellos, a esos nuevos, muchos
y bienvenidos lectores siento que puedo decirles, en cambio, que esa manera de
vivir es la misma que guió su manera de escribir. Y que, por lo tanto, como él
mismo nos lo dejó dicho una y otra vez, la misma luz de una ética de la
inteligencia y de la más exigente fraternidad iluminó a la vez su conducta y su
producción, su vida y su arte. Y que sería tan absurdo proponerse escindirlas
como permitir que sus anécdotas e incluso su leyenda, con ser tan verdaderas
como auténticas, nos impidan percibir la rigurosa claridad de su lirismo y de
su talento, nos opaquen la limpidez de su luminosa inteligencia.
Cosa en la cual él mismo, bien
lo sé, es responsable de lo suyo. Algo me dice que fue su innato pudor pero
también su profundo pundonor, su certidumbre de que se debía ser exigente pero
sin caer en la solemnidad, su apuesta casi innata por la vanguardia y la
bohemia antes que por el conformismo y el orden establecido, lo que le hizo
comportarse, manifestarse siempre de tal manera que fuera imposible
canonizarlo, sacralizarlo, idolizarlo. (Como alguna vez puntualizó Raúl Gustavo
Aguirre con respecto a Poesía Buenos Aires, también de Edgar Bayley
podía decirse -sin el más mínimo temor a equivocarse- que "tendrá a
bien no devenir institución".) Intuyo que ésa fue, quizás, desde
siempre, la lucha de su espíritu por lograr que la potencia de su raciocinio no
desecara las fuentes frescas de lo vivo. El eligió mantenerse, firme, en la
tierra de nadie. Que no es en absoluto un lugar cómodo o, mucho menos aún, de
privilegio: "Tierra de nadie, aridez del rechazo propio. Rechazo de los
otros, sangre del desamor. Dominio del cuidado. Estrategia del desprecio.”
Y ese combate, esa contienda tal vez consigo mismo pero
también con otros, y con otros valores, implicaba siempre en la irrecusable
libertad del arte una responsabilidad ética, individual y social, de algún modo
inmanente pero que se hacía explícita en gestos concretos. Y que no siempre
fueron percibidos pero que hoy, precisamente, en estos tiempos de desidia y de
desdén, deberían volver a ser calibrados, en primer lugar por quienes se
proponen ser artistas o escritores.
Ya al comienzo de su trabajo sobre Oliverio Girondo,
incluido en su segundo libro de ensayos (1989), Bayley destaca en primer lugar "la
evocación de su jovialidad, de su humor". Es algo que a quienes lo
conocimos no deja de hacernos sonreir, porque de inmediato nos hace acordar de
la propia jovialidad, del humor de Edgar, que era proverbial y permanente. Un
humor que en él rondaba siempre los límites del escenario, y que no sólo iba a
manifestarse en su propia producción teatral sino, también, en la concreción y
en la encarnación de ese singularísimo y funambulesco personaje, el Dr. Pi, ¿en
cierto modo un alter ego?, cuyas aventuras él se solazaba en representar
vívidamente cuando tenía ocasión de leerlas en público. (Y al pensar en esto no
puedo dejar de citar, aunque por aquel entonces no fuera santo de su devoción,
a Raúl González Tuñón: "que todo en broma se toma. / Todo, menos la
canción.", un límpido concepto sin duda revelador y que resulta tan
justo, tan nítido precisamente en relación con alguien como Bayley.)
En nuestra literatura ha habido casos de altas
personalidades un poco por suerte fuera de lo común, que a los ojos de la mayoría
han sido enmascarados en su dimensión más honda, en su verdadera dimensión,
incluso por su legítima excentricidad. Hubo, por ejemplo, una época en que
Macedonio Fernández o Juan L. Ortiz no eran recordados sino por sus anécdotas.
Todos sabemos que eso no es nada más que la apariencia. Y aunque los
trascendidos, los sucedidos, las circunstancias sin duda extraordinarias de la
aparente vida cotidiana, son parte fundamental, importantísima en la existencia
de cualquiera, y también por supuesto en la vida de los artistas, sobre todo de
artistas como el que aquí nos convoca, siento el temor de que con él nos pase
también como con aquellos significativos creadores, y nos quedemos en la mera
superficie, nos quedemos en las anécdotas, por divertidas o significativas que
sean, y no lleguemos a percibir la hondura, la profundidad, la originalidad, la
trascendencia en el mejor sentido, que tiene la personalidad, la obra y la vida
de Edgar Bayley.
Por ese motivo voy a tratar de prescindir de las anécdotas,
para ver si podemos enfocar la cuestión desde otro punto de vista. En la
constelación constituida por el grupo reunido durante la década de los
cincuenta alrededor de Poesía Buenos Aires, como dije, si Raúl Gustavo
Aguirre es el astro fijo que le da coherencia a todo el sistema, Edgar Bayley
constituía una presencia que, sin estar muy cercana, sin ser de los íntimos que
se reunían cada semana, se nos hacía presente permanentemente aun sin estarlo.
El tenía otros círculos, otros movimientos planetarios, otras elipsis, otras
parábolas para movilizarse, nunca se comportaba digamos de una manera normal,
en el sentido directo, él procedía por alusiones, por entradas imprevistas,
generalmente desde atrás, por apariciones repentinas, por olvidos, por presencias
insólitas, por papeles olvidados que sin embargo para él eran fundamentales,
nunca se comportaba de manera convencional, en el sentido incluso
administrativo del término.
Su capacidad de raciocinio hondísimo, y al mismo tiempo
sutilísimo, su capacidad de predicción, de anticipación, su capacidad de ver
antes de tiempo cosas que iban a ocurrir después, convivían en él, al mismo
tiempo, con una profunda modestia, no sólo personal, sino también intelectual,
artística, una modestia de raza. No es casual, y tampoco es habitual en nuestra
vida artística, que alguien que había llegado a ser no sólo jefe de escuela
sino también el exigente teórico de un movimiento poético que, como el
invencionismo, acentuaba en términos casi inimaginables la rigurosidad y el
desprendimiento de todo lo accesorio, de todo lo que no fuera esencial para su
estricto sentido del lirismo, se ponga a sí mismo reparos. Y esto es muy
importante porque ya entonces se manifestaban allí esas dos características de
Edgar Bayley que me parecen muy llamativas: su capacidad de razonamiento --muy
profunda-- y, al mismo tiempo, su capacidad humana de ponerle un límite,
humano, a esa rigurosa inteligencia.
Así ocurre cuando, en el último número de Poesía
Buenos Aires, de la cual llegó a ser codirector, publica uno de sus lúcidos
ensayos "Breve historia de algunas ideas acerca de la poesía", algo
así como un balance o un análisis de sus propias teorías, que van evolucionando
a lo largo del tiempo, en el sentido de ser cada vez más amplias y cada vez
menos rígidas ("no creo, en modo alguno, en la superioridad estética de
los caminos insólitos"). Pero, al mismo tiempo, manteniendo lo que
tenían en el fondo de renovadoras, y sin poner el acento exclusivamente en lo
formal, cosa de la cual por otro lado se había cuidado casi desde un comienzo:
se habla allí, con claridad, de la garantía del "no poder hacer otra
cosa" pero, también, lúcidamente, "de la jerarquía de esa
forzosidad".
No se trata entonces del caso,
por demás remanido y habitual, de aquellos que en los tiempos de su madurez
claudican o reniegan de lo sostenido durante su juventud. Más bien, aquí, se
trata precisamente de todo lo contrario. Y, en consecuencia, de algo por
desdicha muy poco habitual en nuestras letras. Un gran artista que es también
un lúcido, riguroso intelectual y que, desde un comienzo, aplica sus afinados
instrumentos de juicio y evaluación a sabiendas, aceptando expresamente que se
trata de una materia que, como la vida misma, no sólo reconoce sino que ama por
ser precisamente imprevista, cambiante y mudable. Y que, como buen fabbro,
no se obnubila en abstracciones: "Porque no creo que haya experiencias
poéticas inefables, experiencias que se queden a mitad de camino y que no
lleguen a las palabras.”
Bayley es sin duda uno de nuestros grandes, de nuestros
más límpidos poetas, pero es también uno de los ensayistas más lúcidos, más
transparentes de la literatura argentina. Reléase por ejemplo Realidad
interna y función de la poesía, y podrá verse la capacidad de captación que
implica, no sólo su conocimiento de la evolución de la poesía occidental sino
también la forma en que logra detectar, dentro de ese vasto panorama, una serie
de momentos precisos, nítidos, lúcidamente percibidos, que tienen que ver con
cierto uso del lenguaje, con la metáfora, con la imagen, pero también por
supuesto con su peculiar intuición del lirismo, y que si van obviamente hacia
sus propias teorías iniciales no concluyen sin embargo de manera absoluta en
ningún dogma.
Yo experimento con respecto a Edgar Bayley, y como me ha
ocurrido no pocas veces en la Argentina, una sensación de derroche. Porque su
obra, una obra que ha sido escudada por él mismo de la estolidez y de la
vulgaridad con esta distancia, con este humor entre blanco y negro, con esta
saludable antisolemnidad, con esta sonrisa sardónica, con esta autocrítica no
diría feroz pero sí firme, permanente (que por otro lado era como vimos una
práctica bastante común entre quienes lo rodeábamos: no solemnizarse, "no
devenir institución"), en su propio país no ha sido aprehendida aún en
lo que tiene de esencial y de nutricia, no ha sido digerida, no ha sido vuelta
cultura, alimento vivo para todos. Todavía hoy, legítima victoria, como pudo
decir Valéry de Mallarmé, sus poemas siguen siendo a lo mejor secretamente
escandidos por solitarios jóvenes -o maduros- devotos en cada rincón de nuestra
tierra. Y hasta puede ocurrir que aquella misma barrera autoerigida por él
contra la solemnidad estupidizante conspire aún ahora para que no se tenga,
donde corresponde, mayor conciencia, conciencia clara de la verdadera dimensión
estética e intelectual de Bayley. (Lo cual, por cierto, como siempre, a él no
habría de preocuparlo mucho. El supo siempre que, si bien "nunca terminará
es infinita esta riqueza abandonada", también existen motivos para
confiar en que, finalmente, “otros verán el mar”.)
Hombre de amplios y profundos intereses, no es
desacertado sostener que la poesía fue, con mucho, el dominio fundamental de su
vida y de sus preocupaciones. Pero no sólo la poesía escrita, en esta y otras
lenguas, y por lo tanto su traducción, sino también la reflexión sobre ella,
ligada siempre con una experiencia particular, concreta ("contigo estoy
/ es mi argumento / no puede traducirse"), y no con meras
generalizaciones, y también la poesía del teatro y la del humor, y por supuesto
la poesía de las artes plásticas, de las artes visuales, que como vimos estuvo
unida con sus mismos orígenes, así como una concreta preocupación por las
relaciones entre arte, cultura, sociedad y política, también ligadas a sus
primeros momentos, en el especialísimo contexto de la lucha mundial contra el
fascismo y por la democracia, que de algún modo continuaron siempre presentes,
signándola, a lo largo de su vida.
Que su escritor clave, su
referente no sólo intelectual o de arte sino también de vida y de moral haya
sido desde siempre Guillaume Apollinaire, con el cual yo intuyo se sentía
incluso hasta identificado, nos habla de su sensualidad mediterránea, de su
gozoso paladeo del lenguaje y de la belleza, inmersos en una visión solar y
luminosa del mundo y de la vida ("no puedo decirlo de otro modo /
vendrá un día vendrá un día / una mañana / y todo será muy claro y muy
despierto"), que en Bayley reflejan casi explícitamente tanto títulos
de sus libros (El día) como de sus poemas ("El cielo se abre",
"Una verdad al extremo del cielo", "Un sentido iluminado y
abierto", "Mediodía", "Transparencia"), y que frente a
la opacidad cuando no a los siniestros desmentidos del mundo real, no dejó de
mantenerse siempre, incluso en comunicaciones personales, íntimas, lo que
demuestra sin duda un persistente arraigo, como su irrefrenable adhesión a “una
difícil esperanza”.
El tenía una idea tan profunda de la libertad del
artista, tan orgánica, tan visceral, que cada día se vuelve más emocionante y
cada día resulta más deseable imaginarla habitual entre nosotros. Jamás se
presentó a un premio literario, si revisamos su bibliografía veremos que
prácticamente todos sus libros fueron editados en forma ajena al circuito
comercial (muchos de ellos con el sello de Poesía Buenos Aires y por
inspiración directa de Aguirre, y uno incluso mediante ese embrión de
cooperativa de autores que bautizamos --no por cierto sin firme ingenuidad--
Fondo de Escritores Asociados), nunca ejerció jamás las relaciones públicas,
nunca permitió que hubiera promoción, ni mucho menos marketing, no hubo
nada de eso. Pero lo que sí hay, todavía, nada menos, es el acaso derrochado
pero de todos modos disponible, indeleble ejemplo de una honestidad artística,
intelectual y humana que cada vez resulta, entre nosotros, por desgracia, y
aunque silenciosa, más estruendosamente llamativa.
Partiendo de una inteligencia que como dije era
absolutamente meridiana, desde un comienzo se percibe asimismo una convicción
de que la inteligencia resulta necesaria sí, pero no suficiente, de que la
razón no es suficiente. En las propias palabras de Edgar Bayley podemos
encontrar manifestada una y otra vez esta aparente contradicción entre esa
razón que se sabe luminosa, clarísima, razón sutil y, al mismo tiempo, también
la conciencia de que hay que tener cuidado con esa razón, que no hay que
dejarse manejar totalmente por esa razón, que hay algo más que esa razón. Si
existe alguien a quien Edgar Bayley quiso y admiró como creador es sin duda,
como dije, Guillaume Apollinaire. (Lo cual era, por supuesto, compartido. No es
casual que el título que se eligió para la colección publicada por el
mencionado Fondo fuera La razón ardiente, una cita del bello poema
"La linda pelirroja".) El talante de Bayley nunca fue magistral,
apodíctico, ejemplarizador, sino más bien todo lo contrario. Si algo nos
transmitía era por ósmosis, por contagio, y me animo a creer que su relación
con Apollinaire era también, en gran medida, similar. Tanto que, a veces,
llegué a pensar si no se había posesionado, en cierto modo, de él.
En el prólogo a la primera
edición de sus ensayos (1966), él concluye afirmando: "La capacidad,
por una parte, de negar toda salida en este o en cualquier mundo, de rechazar
los valores y la ideología del conformismo y el miedo, de asumir en suma, hasta
sus últimas consecuencias, la rebeldía y la desesperación, y, por otra, la voluntad
de no disolver la propia voz en el desprecio y la agresividad, de afirmar una
difícil esperanza, un modo de estar entre los hombres y las cosas, continuarán
signando, como hasta ahora, la vida y el trabajo creador del poeta." Aquí
hay, como se ve, una perfecta asunción de que el mundo es imperfecto, de que el
mundo no sólo merece rebeldía sino que merece incluso desesperación, porque
incluye una clara conciencia de que existen cosas que son dolorosamente casi
irresolubles. Pero, a la vez, esa amarga constatación no lo conduce ni a la
inercia ni al nihilismo, sino a afirmar una y otra vez, como vimos en privado o
en público, en secreto o a voces, la irrenunciable percepción de "una
difícil esperanza". Es una presencia ansiosamente viva, angustiosamente
palpable y que, para él, nunca pudo quedar en un concepto apenas y que sostuvo,
entonces, por ejemplo, permanentemente, en cada gesto, inclusive en su vida
cotidiana.
En muchas de sus cartas personales y de sus dedicatorias,
a lo largo de los años, se reitera una y otra vez esa misma bella y conmovedora
imagen. La "difícil esperanza" era para Bayley algo vivido y
razonado, algo entrañable y cierto, algo fundamental y hondo que en gran medida
venía a resolver, en iluminadora síntesis, las ricas y generosas tensiones
creadoras de su vida y de su obra. Tensiones que eran su mundo y que resultaban
de su abierta y enriquecedora relación con el mundo.
¿Puede recordarse, sin la más mínima intención de
menoscabarlo en absoluto, todo lo contrario que, como persona, aquel que nació
como Edgar Maldonado Bayley no era para nada dúctil, ni maleable, sino más bien
duro de boca, harto difícil de manejar? Su gentileza y su buen humor no fueron
nunca complacientes Tampoco era muy explícito en aquello que lo tocaba en lo
profundo, en lo íntimo. Porque era reservado, no distante. Burlón sí, pero
discreto.
Hay una evolución en él, como intelectual y como hombre
que es permanente, legítima, producto de su propio existir. Pero que, al
parecer, lo sigue manteniendo siempre alrededor de aquello que entrevimos ya
desde un comienzo: una inteligencia que se quiere meridiana pero con una
actitud de vigilancia con respecto a la misma, para que no se transforme en un
racionalismo, para que no se vuelva algo que seque las fuentes saludablemente
inconscientes, naturalmente orgánicas de la poesía y de la vida misma, "ese
mundo que, como poeta, no quisiera ver determinado nunca por vía de
análisis", como afirmó tan lúcidamente al concluir ese texto clave que
es Realidad interna y función de la poesía.
En su segundo libro de ensayos
(1989) donde, a diferencia del primero, los atisbos pueden llegar a parecernos
a veces acaso más trascendentes que las concreciones, lo que no deja de ser
otra prueba de su profunda honestidad y de su sinceridad para consigo mismo y
para con la poesía, me parece evidente la tentativa (a la vez inalcanzable y
necesaria, tan inextinguible como ineludible) de pretender rozar algo que él
mismo sigue prefiriendo como indefinible: el misterio de la creación poética,
la vieja inquietud que sabiéndose irresoluble vuelve a planteársenos una y otra
vez. Y que sin duda tiene algo muy hondo que ver con el lenguaje general, con
el lenguaje humano: ¿qué vuelve poema a unas palabras?, ¿qué hace que algo sea
poesía o no?, ¿por qué algunas palabras son poesía y otras no?
Edgar Bayley pertenece a ese linaje de grandes poetas
que, como Baudelaire y Apollinaire, no sólo fueron capaces de reflexionar sobre
la poesía y el arte sino también de descubrir y anunciar nuevos valores y
encabezar nuevos movimientos. Pero no porque se hubieran propuesto hacer
docencia o hacer proselitismo, todo lo contrario, sino porque han sido artistas
de raza, artistas exigidos, artistas de fondo, que han sentido que el ejercicio
apasionado y sin dobleces de su propia poesía los llevaba, intensa y
rigurosamente, a plantearse preguntas a esas cuestiones que sabían insolubles.
Porque, como en tantas otras cosas, aquí también el camino sigue siendo más
importante que la meta. Y la pregunta invalorablemente más preciosa que ninguna
respuesta.
Durante aquel período tan
doloroso que fue la última dictadura militar, y que coincidió con los altos
años de su vida, Bayley se refugió en la frecuentación de poetas más jóvenes.
Con ellos siguió mostrando la misma actitud de fondo que había mantenido toda
su vida, y también con ellos llegó entonces, probablemente, a resultar
magistral sin habérselo propuesto en absoluto. Pero la dimensión intelectual y
artística de la obra literaria de Edgar Bayley no se limita a sus muchos amigos
poetas y artistas.
Creo sinceramente que lo que
más le hubiera gustado es seguir vivo, latente en las palabras que vivió, en el
país, en el mundo, con los otros, en la evidencia compartida, en la exigente y
tiernísima poesía, en inteligencia con el corazón y en el corazón de la
inteligencia, en la difícil esperanza: "Una lucidez fraternal. Un
nacimiento. El mundo llega a ser un tú. Canto. Luz en la piedra fecundada. Nos
reconocemos. Luminoso cielo oscuro. Sangre del desamor enamorada. Rostro del
hermano.”
Quizás, en los tiempos difíciles, áridos y ácidos para la
poesía que nos toca vivir, esta vida y esta obra se vuelvan cada vez más
necesarias para mantener abiertas, fecundantes y fecundas, las esclusas del
lenguaje, las dínamos del día. Pero una cosa es segura, esta personalidad y
esta escritura constituyen la evidencia de una corriente original dentro del
cuerpo de la poesía argentina contemporánea, una tendencia que renunció a la
vez al sentimentalismo y la retórica, a la grandilocuencia y al cerebralismo,
al formalismo y lo patético, que corrió el riesgo de permanecer fuera de todos
los circuitos supuestamente prestigiosos para no ponerse fuera del alcance de
la vida y que, aunque no demasiado frecuentada en estos tiempos, aunque hoy
aparentemente dejada de lado cuando no obviada u obturada, no cesará de fluir
si es que --como lo creo-- está viva, no dejará de ofrecerse, incesantemente,
ni desprecio ni rechazo, evidencia del lenguaje y rostro del hermano, razón y
corazón, llama temblorosa en la tierra de nadie, "todo el viento del
mundo".
RODOLFO ALONSO
Julio de 1999
____________
* “Salud o nada”. Poesía. Rodolfo Alonso, ediciones Trayectoria, Buenos Aires,
1954.
* “Buenos vientos”. Poesía. Rodolfo Alonso, ediciones Poesía Buenos Aires,
Buenos Aires, 1956.
* “El músico en la máquina”. Poesía. Rodolfo Alonso, con dibujos de Libero
Badii, Librería Galatea, Buenos Aires, 1958.
* “Duro mundo”. Poesía. Rodolfo Alonso, con un dibujo de Eduardo A. Serón,
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1959.
* “El jardín de aclimatación”. Poesía. Rodolfo Alonso, con dibujos de Clorindo
Testa, Boa, Buenos Aires, 1959.
* “Gran Bebé”. Poesía. Rodolfo Alonso, ediciones Poesía Buenos Aires, Buenos
Aires, 1960.
* “Poèmes”. Antología poética. Rodolfo Alonso, con selección y traducción de
Fernand Verhesen, Éditions Le Cormier, Bruselas, 1961.
* “Entre dientes”. Poesía. Rodolfo Alonso, con un dibujo de Alfredo Hlito,
Fondo de Escritores Asociados, Buenos Aires, 1963.
* “Hablar claro”. Poesía. Rodolfo Alonso, con dibujos de Rómulo Macció y
portada de Rogelio Polesello, editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1964.
Premio Fondo Nacional de las Artes.
* “Relaciones”. Poesía. Rodolfo Alonso, Ediciones del Mediodía, Buenos Aires, 1968.
* “Hago el amor”. Poesía. Rodolfo Alonso, con prólogo de Carlos Drummond de
Andrade, Editorial Biblioteca, Rosario, 1969.
* “Guitarrón”. Poesía. Rodolfo Alonso, ediciones La Ventana, Rosario, 1975.
* “Señora Vida”. Poesía. Rodolfo Alonso, con un dibujo de Guillermo Roux,
editorial Galerna, Buenos Aires, 1979.
* “Cien poemas escogidos”. Antología. Rodolfo Alonso, Fundación Argentina para
la Poesía, Buenos Aires, 1980.
* “Sol o sombra”. Poesía. Rodolfo Alonso, editorial Libros de América, Buenos
Aires, 1981.
* “Poesía: lengua viva”. Ensayo. Rodolfo Alonso, editorial Libros de América,
Buenos Aires, 1982. Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo.
* “Alrededores”. Poesía. Rodolfo Alonso, Centro Editor de América Latina,
Buenos Aires, 1983.
* “No hay escritor inocente”. Ensayo. Rodolfo Alonso, Librería del Plata,
Buenos Aires, 1985. Premio Fondo Nacional de las Artes, Segundo Premio
Municipal de Ensayo, Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo.
* “Jazmín del país”. Poesía. Rodolfo Alonso, con dibujos de Josefina Robirosa,
Juan Grela y Guillermo Roux, editorial Ocruxaves, San Isidro, 1988. Tercer
Premio Regional de Literatura.
* “Jazmín del país”. Poesía. Rodolfo Alonso, con un dibujo de Guillermo Roux,
Ediciós do Castro, Sada, España, 1988.
* “El fondo del asunto”. Relato. Rodolfo Alonso, Torres Agüero Editor, Buenos
Aires, 1989.
* “Liturgias de una lengua”. Ensayo. Rodolfo Alonso, Ediciós do Castro, Sada,
España, 1989.
* “La palabra insaciable”. Ensayo. Rodolfo Alonso, Torres Agüero Editor, Buenos
Aires, 1992.
* “Poemas escogidos”. Antología. Rodolfo Alonso, con prólogos de Milton de Lima
Sousa y Daniel Samoilovich, Ediciós do Castro, Sada, España, 1992. Segundo
Premio Regional de Literatura.
* “70 poemas de 35 años”. Antología. Rodolfo Alonso, con prólogo de Fernand
Verhesen, Ediciones de la Aguja, Buenos Aires, 1993.
* “Música concreta”. Poesía. Rodolfo Alonso, con prólogo de António Ramos Rosa,
editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1994. Premio Fondo Nacional de las Artes,
Segundo Premio Nacional de Poesía.
* “Lengua viva”. Antología poética. Rodolfo Alonso, ediciones La Hoja
Murmurante, Toluca, México, 1994.
* “Poemas”. Antología. Rodolfo Alonso, ediciones de la revista Golpe de Dados,
Bogotá, 1995.
* “Tango del gallego hijo”. Relato. Rodolfo Alonso, Ediciós do Castro, Sada,
España, 1995.
* “Antología poética”. Rodolfo Alonso, Fondo Nacional de las Artes, Buenos
Aires, 1996.
* “Defensa de la poesía”. Ensayo. Rodolfo Alonso, editorial Vinciguerra, Buenos
Aires, 1997.
* “Elle, soudain”. Antología bilingüe. Rodolfo Alonso, con prólogo y traducción
de Fernand Verhesen, en colaboración con Roger Munier y Jean A. Mazoyer,
Editorial L´Harmattan, París, 1999.
* “El arte de callar”. Poesía. Rodolfo Alonso, contratapa de Juan José Saer.
Alción Editora, Córdoba, 2003. Premio Festival Internacional de Poesía de
Medellín (Colombia).
* “Antologia pessoal”. Antología bilingüe. Rodolfo Alonso, traducción de José
Augusto Seabra, Anderson Braga Horta y José Jeronymo Rivera, Thesaurus Editora,
Brasilia, 2003.
* “La otra vida”. Antología poética. Rodolfo Alonso, con prólogo de António
Ramos Rosa, Común Presencia Editores, Bogotá, 2003.
* “Canto hondo”. Antología poética. Rodolfo Alonso, Universidad de Carabobo,
Valencia, Venezuela, 2004.
* “Poesía junta”. Antología. Rodolfo Alonso, con prólogo de Juan Gelman,
Alforja, México, 2006.
* “La voz sin amo”. Ensayo. Rodolfo Alonso, con prólogo de Héctor Tizón, Alción
Editora, Córdoba, 2006. Premio Único de Ensayo Inédito de la Ciudad de Buenos
Aires.
* “Poemas pendientes”. Poesía. Rodolfo Alonso, Universidad Nacional de
Colombia, Bogotá, 2006.
* “República de viento”. Ensayo. Rodolfo Alonso, editorial Leviatán, Buenos
Aires, 2007.
* “Dejen en paz a la Gioconda”, de Alfredo Hlito. Edición, revisión, prólogo y
notas de Rodolfo Alonso. Ediciones Infinito, Buenos Aires, 2007.
* “La voz sin amo”. Ensayo. Rodolfo Alonso, con prólogo de Héctor Tizón,
Ediciones de Medianoche, Zacatecas, 2008.
* “Il rumore del mondo”. Antología poética bilingüe. Rodolfo Alonso, con
prólogo de Juan Gelman. Edizioni Ponte Sisto, Roma, 2009.
* “Ser sed”. Antología poética. Rodolfo Alonso, con prólogo de Juan Gelman.
Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2009.
* “La vida entera”. Antología poética. Rodolfo Alonso, con prólogo de Juan
Gelman y dibujos de Cándido Ballester. Universitat de les Illes Balears, Palma
de Mallorca, 2009.
* “Poemas pendientes”. Poesía. Rodolfo Alonso, con prólogo de Lêdo Ivo. Alción
Editora, Córdoba, 2010.
* “Poesía Buenos Aires (1950-1960)”. Antología íntima. Edición, prólogo y notas
de Rodolfo Alonso. Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2010.
* “Entre dientes”. Poesía.
Rodolfo Alonso, con una carta de Jorge Teillier. Pequeño Dios Editores,
Santiago de Chile, 2011.
* “Poemas pendientes”.
Poesía. Rodolfo Alonso, con prólogo de Lêdo Ivo. Universidad Veracruzana,
Xalapa, 2011.
* “Poesía inmediata”.
Antología. Rodolfo Alonso (Ciudad Gótica, Rosario, en prensa).
* “Defensa de la Poesía”.
Ensayo. (Alción Editora, Córdoba, en prensa).
* “Poesía Buenos Aires
(1950-1960)”. Antología íntima. Edición, prólogo y notas de Rodolfo Alonso.
Taberna Libraria Editores, Zacatecas, en prensa.
* El arte de callar. Poesía.
Rodolfo Alonso. Laberinto Ediciones, México,
en prensa.
“Entre dientes”. Poesía.
Rodolfo Alonso, con una carta de Jorge Teillier. La Cabra Ediciones, México, en
prensa.
* “El oficio de poeta”, de Cesare Pavese. Ensayo. Selección y traducción de
Rodolfo Alonso y Hugo Gola, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1957, con
reediciones sucesivas.
* “Constantes técnicas de las artes”, de Gillo Dorfles. Ensayo. Traducción de
Rodolfo Alonso, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1958.
* “Hiroshima mon amour”, de Marguerite Duras. Guión cinematográfico. Traducción
de Rodolfo Alonso, en revista Tiempo de Cine, Buenos Aires, núm. 1, 1960.
* “Poemas”, de Fernando Pessoa. Antología poética. Selección, traducción y
prólogo de Rodolfo Alonso, Fabril Editora, Buenos Aires, 1961, con reediciones
sucesivas.
* “Trabajar cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, de Cesare Pavese.
Poesía completa. Traducción de Rodolfo Alonso, prólogo de Marcelo Ravoni,
editorial Lautaro, Buenos Aires, 1961.
* “Moderato cantabile”, de Marguerite Duras. Novela. Traducción de Rodolfo
Alonso, Fabril Editora, Buenos Aires, 1961, con reedición española de Editorial
Planeta.
* “Poemas escogidos”, de Giuseppe Ungaretti. Antología poética. Selección,
traducción y prólogo de Rodolfo Alonso, Fabril Editora, Buenos Aires, 1962, con
reediciones sucesivas.
* “Poesía alemana de hoy”, de Ingeborg Bachmann, Paul Celan, Günter Eich, Hans
Magnus Enzensberger, Günter Grass, Helmut Heissenbüttel, Karl Krolow y Nelly
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selección y prólogo de Klaus Dieter Vervuert, editorial Sudamericana, Buenos
Aires, 1967.
* “Antología poética”, de Paul Éluard. Poesía. Selección y traducción de
Rodolfo Alonso y Raúl Gustavo Aguirre, prólogo de Rodolfo Alonso, Ediciones del
Mediodía, Buenos Aires, 1968.
* “Feria de agosto”, de Cesare Pavese. Relato. Traducción de Rodolfo Alonso,
ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1968.
* “Historias”, de Jacques Prévert. Poesía. Traducción de Rodolfo Alonso,
Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, 1970.
* “Poesía italiana contemporánea”. Antología poética. Selección, traducción y
notas de Rodolfo Alonso, Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela, 1970.
* “Diario inédito”, del Marqués de Sade. Diario. Traducción de Rodolfo Alonso,
Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, 1971.
¨* “Poemas”, de Salvatore Quasimodo. Antología. Selección y traducción de
Rodolfo Alonso, ediciones La Ventana, Rosario, 1971.
* “Cuentos”, de Cesare Pavese. Relato. Selección y traducción de Rodolfo
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* “Poemas”, de Eugenio Montale. Antología. Selección, traducción y nota de
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Alonso, Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, 1975.
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* “¿Quién conoce a Antonin Artaud?”. Antología. Selección, traducción y notas
de Rodolfo Alonso, Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, 1975.
* “Poemas escogidos (y un inédito sobre Borges)”, de Murilo Mendes. Antología
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nota de Rodolfo Alonso, editorial Fundarte, Caracas, 1979.
* “El mundo de Charles Baudelaire”. Antología. Selección y traducción de
Rodolfo Alonso, en colaboración con otros autores, Centro Editor de América
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prólogo de Rodolfo Alonso, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1980.
* “La poesía surrealista”. Antología. Selección y prólogo de Rodolfo Alonso,
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“Poemas”, de António Ramos Rosa. Antología. Selección, traducción y prólogo de
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* “El presidente burlado y otras páginas”, del Marqués de Sade. Relato.
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colaboración con otros autores, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires,
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* “El coloquio del río y otros cuentos”, de Cesare Pavese. Relato. Selección,
traducción y prólogo de Rodolfo Alonso, Centro Editor de América Latina, Buenos
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* “Poemas”, de António Ramos Rosa. Antología. Selección, traducción y nota de
Rodolfo Alonso, ediciones de la revista El Lagrimal Trifurca, Rosario, 1982.
* “Cantos órficos y otros cantos”, de Dino Campana, Umberto Saba, Giuseppe
Ungaretti, Eugenio Montale y Salvatore Quasimodo. Antología poética. Selección,
traducción, prólogo y notas de Rodolfo Alonso, Centro Editor de América Latina,
Buenos Aires, 1982.
* “Los Mares del Sud y otros poemas”, de F. T. Marinetti, Ardengo Soffici,
Piero Jahier, Aldo Palazzeschi, Vincenzo Cardarelli, Libero de Libero, Leonardo
Sinisgalli, Cesare Pavese, Alfonso Gatto, Vittorio Sereni, Franco Fortini, Pier
Paolo Pasolini, Rocco Scotellaro y Edoardo Sanguineti. Antología poética.
Selección, traducción, prólogo y notas de Rodolfo Alonso, Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires, 1982.
* “Lluvia oblicua y otros poemas”, de Fernando Pessoa, Mario de Sá Carneiro,
Adolfo Casais Monteiro, Sophia de Mello Breyner Andresen, Carlos de Oliveira,
Egito Gonçalves, Mario Cesariny y António Ramos Rosa. Antología poética.
Selección, traducción, prólogo y notas de Rodolfo Alonso, Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires, 1983.
* “La victoria de Guernica y otros poemas”, de Pierre-Jean Jouve, Paul Éluard,
André Breton, Antonin Artaud, Robert Ganzo, Jacques Prévert, Georges Schehadé y
Georges Brassens. Antología poética. Selección, traducción, prólogo y notas de
Rodolfo Alonso, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1983.
* “Jandira y otros poemas”, de Manuel Bandeira, Dante Milano, Cecília Meireles,
Murilo Mendes, Carlos Drummond de Andrade, Augusto Frederico Schmidt, Vinicius
de Moraes y João Cabral de Melo Neto. Antología poética. Selección, traducción,
prólogo y notas de Rodolfo Alonso, Centro Editor de América Latina, Buenos
Aires, 1983.
* “La tercera orilla del río y otros textos”, de Aníbal M. Machado, Murilo
Mendes, Carlos Drummond de Andrade, João Guimarães Rosa, Clarice Lispector y
Milton de Lima Sousa. Antología. Selección, traducción, prólogo y notas de
Rodolfo Alonso, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1983.
* “Diarios de vida y obra”, de Cesare Pavese y Elio Vittorini. Antología de sus
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* “Poemas”, de Guido Cavalcanti. Antología. Selección y traducción de Rodolfo
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* “Dos poetas medievales italianos”. Antología de Guido Cavalcanti y Cecco
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* “Mundo grande y otros poemas”, de Carlos Drummond de Andrade. Antología
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* “Mi gran ternura y otros poemas”, de Manuel Bandeira. Antología poética.
Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso, Centro Editor de América
Latina, Buenos Aires, 1987.
* “La linda pelirroja y otros poemas”, de Guillaume Apollinaire. Antología
poética. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso, Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires, 1987.
* “Poemas”, de Cecco Angiolieri. Antología poética. Selección y traducción de
Rodolfo Alonso, Il Nuevo, Vecchio Stil, Córdoba, 1988.
* “El oficio de poeta”, de Cesare Pavese Ensayo. Selección y traducción de
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* “Sol sem imagem”, de Thomaz Albornoz Neves. Poesía. Traducción de Rodolfo
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* “Poesia escogida”, de Olavo Bilac. Antología poética. Selección, traducción y
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* “Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal”, de Fernando
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* “Antología”, de Carlos Drummond de Andrade. Antología poética. Selección,
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* “No saciada sed”, de Charles Baudelaire. Antología poética. Selección,
traducción y notas de Rodolfo Alonso, ediciones Arquitrave, Bogotá, 2005.
* “Antología poética”, de Sophia de Mello Breyner Andresen. Selección,
traducción y prólogo de Rodolfo Alonso, ediciones Arquitrave, Bogotá, 2005.
* “La región sumergida”, de Tabajara Ruas. Novela. Traducción de Rodolfo
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Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso, Generación 2000 Gente de
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* “Poesía en general”, de Lêdo Ivo. Antología 1940-2004. Selección, traducción
y prólogo de Rodolfo Alonso. Alforja, México, 2008.
* “Antología esencial”, de Charles Baudelaire. Antología. Selección, traducción
y notas de Rodolfo Alonso. Generación 2000 Gente de Arte, Buenos Aires, 2008.
* “Lluvia oblicua y otros poemas”, de Fernando Pessoa, Mario de Sá Carneiro,
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Egito Gonçalves, Mario Cesariny, António Ramos Rosa. Antología. Estudio
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* “Mostra della poesia – Gli
italiani / Los italianos”. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso.
Bid & Co. Editor, Caracas, 2008.
* “Antología esencial”, de Charles Baudelaire. Edición bilingüe. Selección,
traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. Fundación Editorial El Perro y La Rana,
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* “Cartas sobre la Poesía”, de Stéphane Mallarmé. Selección, traducción,
prólogo y notas de Rodolfo Alonso. Fundación Editorial El Perro y La Rana,
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* “50 poemas escogidos”, de Carlos Drummond de Andrade. Selección, traducción y
prólogo de Rodolfo Alonso. Fundación Editorial El Perro y La Rana, Caracas,
2009.
* “El amor y otros
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traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. Universidad Autónoma de Nuevo León,
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* “Cartas sobre la Poesía”, de Stéphane Mallarmé. Selección, traducción,
prólogo y notas de Rodolfo Alonso. Ediciones de Medianoche, Zacatecas, 2010.
* “Martinica, encantadora de serpientes”, de André Breton. Con textos e
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Argonauta, Buenos Aires, 2010.
* ”El alienista”, de Joaquim Maria Machado de Assis. Traducción y nota de
Rodolfo Alonso. Leviatán, Buenos Aires, 2010.
* “Introducción a la
Poética”, de Paul Valery. Ensayo. Traducción y prólogo de Rodolfo Alonso.
Alción, Córdoba, 2011.
* “Trabajar cansa” / “Vendrá
la muerte y tendrá tus ojos”, de Cesare Pavese, Poesía. Traducción y prólogo de
Rodolfo Alonso. Alción, Córdoba, 2011.
* “¿Quién conoce a Antonin
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Alción, Córdoba, 2011.
* “Los Poemas”, de Georges
Schehadé. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. Taberna Letrada
Editores, Zacatecas, 2011.
* “Cartas sobre la Poesía”, de Stéphane Mallarmé. Selección, traducción,
prólogo y notas de Rodolfo Alonso. Ediciones Matanzas, Cuba, 2011.
* ”Cantos órficos”, de Dino Campana. Antología bilingue. Selección, traducción
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* “La poesía sopla donde quiere”,
de Murilo Mendes. Antología. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso.
Alción Editora, Córdoba, en prensa.
* “Poesía escogida”, de
Carlos Drummond de Andrade. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso.
Alción Editora, Córdoba, en prensa.
* “Epigramas y otros
poemas”, de Pier Paolo Pasolini. Antología bilingue. Selección, traducción y
prólogo de Rodolfo Alonso. Alción Editora, Córdoba, en prensa.
“Cancionero”, de Umberto
Saba. Antología bilingüe. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso.
Alción Editora, Córdoba, en prensa.
“Mi bella tenebrosa”, de
Charles Baudelaire. Antología esencial. Selección, traducción, prólogo y notas
de Rodolfo Alonso. Laberinto Ediciones, México, en prensa.
* “Epigramas y otros
poemas”, de Pier Paolo Pasolini. Antología bilingue. Selección, traducción y
prólogo de Rodolfo Alonso. La Cabra Editores, México, en prensa.
* “¿Quién conoce a Antonin
Artaud?”, de varios autores. Selección, traducción y notas de Rodolfo Alonso.
La Cabra Editores, México, en prensa.
* “Introducción a la
Poética”, de Paul Valéry. Ensayo. Traducción y prólogo de Rodolfo Alonso. La
Cabra Editores, México, en prensa.
* “Mi bella tenebrosa”, de
Charles Baudelaire. Antología esencial. Bilingue. Selección, traducción,
prólogo y notas de Rodolfo Alonso. Editorial de la Universidad de Villa María,
Villa María, en prensa.
* ”Cantos órficos”, de Dino
Campana. Antología bilingue. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso.
Editorial de la Universidad de Villa María, Villa María, en prensa.
* “La razón ardiente”, de
Guillaume Apollinaire. Antología esencial. Bilingüe. Selección, traducción,
prólogo y notas de Rodolfo Alonso. Editorial de la Universidad de Villa María,
Villa María, en prensa.